El Mundo, Viernes 10 de Marzo de 2006
IGUALDAD
MARÍA JOSÉ FERRER DE SAN-SEGUNDO
Se ha celebrado esta semana el Día Internacional de la Mujer. Y seguimos discutiendo lo mismo cada año, desde hace muchos. Hay, naturalmente, avances. Pero los números ponen de manifiesto que algo no acaba de funcionar.
El INE ha explicado que el salario femenino es, de media, un 40% menor que el de los hombres en trabajos similares. Y habrá que preguntarse por qué las universitarias superan el 50% pero solo ocupan el 13% de las cátedras. O porque las mujeres son rara avis en ámbitos financieros, altos órganos judiciales, y hasta como jefas de planta en grandes almacenes.
El gobierno ha anunciado una Ley de Igualdad. Claro que las normas no deben hacerse para revestir mediáticamente una celebración, y que resulta ingenuo, o grandilocuente, afirmar que son la solución de un problema secular. Pero propuestas como la de propugnar una cierta paridad, merecen tregua o, al menos, reflexión. Porque la realidad de las cifras evidencia que el tiempo no ha sido parámetro suficiente, ni eficiente, para resolver el problema. Dejar fluir la discriminación hasta que la educación consiga un cambio socio-cultural definitivo, es aplazar su resolución hasta dentro de varias generaciones.
Se dice que la composición de órganos o gobiernos, públicos o privados, no ha de depender de cuotas sino de la sólida formación de sus miembros. Completamente de acuerdo. Pero el error -o la trampa- está en la premisa: pensar que no hay bastantes mujeres formadas para ocupar esos cargos, y que habrá que recurrir a incompetentes. O que cualquier Presidente del gobierno no podrá encontrar 8 mujeres preparadas en toda España, olvidando que, si se equivoca en la elección, el error es del que elige. Como con los hombres. Porque cuando un ministro evidencia su impericia, no se entiende que la tenga por ser varón, aunque algunos, como Montilla, hayan sido nombrados por otro tipo de cuota (la catalana). Pero, curiosamente, cuando se trata de mujeres, o son de cuota, o son florero, como se las llama si integran órganos mayoritariamente masculinos.
Claro que hombres y mujeres somos distintos. Pero eso no justifica la discriminación general existente en ámbitos como los laborales o los políticos. Y si alguna norma no acierta, el daño no será mayor que el de otras decisiones políticas que venimos soportando. A lo sumo, podrá propiciar algún nombramiento errado: como tantos ha habido, y los hay, por causas y menos justas.
¿Y si la realidad cambia? Pues tampoco es tan complicado: ya se dictara otra ley.