El Mundo, Martes 3 de Mayo de 2005
EL CALLEJERO
MARÍA JOSÉ FERRER DE SAN-SEGUNDO
Al conmemorar la festividad del trabajo, es inevitable pensar que hay quien puede tener poco que celebrar este día, bien porque esté en desempleo, bien porque su ocupación sea precaria o nada gratificante. Ahora que renovar símbolos parece haberse convertido en objetivo, si se trata de no herir sensibilidades habría que ser muy exquisitos con todos. Claro que la exageración en el empeño, podría llevar a alguien a proponer suprimir Moros y Cristianos por si fomentarán enfrentamientos interculturales, Hogueras y Fallas por antiecológicas, o Gigantes y Cabezudos porque destacan diferencias físicas.
Ya el incesante Carod ha arremetido contra los toros o el 12 de octubre y, desde esa lógica, pronto exigirá retirar la estatua de Colón en Barcelona por si ofende a algún iberoamericano, y redenominar las muchas avenidas que llevan el nombre del descubridor. Si hay que pensar en una ciudad donde no haya signo alguno que provoque suspicacias a nadie, caerán entonces calles como Isabel la Católica, por explícitamente monárquica, unificadora y cristiana, pero también Blasco Ibáñez porque fue republicano declarado. Y todas las relativas a marqueses y demás aristocracia, porque habrá quien mantenga que para algo existió la Revolución Francesa. Sin olvidar las numerosas vías dedicadas a Santos, Papas y purpurados, si se sigue la línea gubemamental de no primar la religión católica. Y, para compensar, desaparecerán nombres como Abben-al-Abbar o Moro Zeit, de modo que nadie piense que se exalta lo musulmán.
Y puede Ud. consultar el callejero, que seguirá encontrando denominaciones que seguramente no serán del gusto de todos: la avenida del Cid, por si agravia a los árabes; las de Aragón o Cataluña, mientras nos sigan negando el agua; la plaza de América, porque acaso disguste a los anti USA; la del Temple, por misteriosa; la de Tetuán, por exótica; la de Nápoles y Sicilia, por su reminiscencia de <
Vista la dificultad, quizá deberíamos olvidarnos de antecedentes históricos o culturales, y ordenar las vías urbanas por números como en Nueva York. Pero entonces habríamos de decidir si utilizamos la numeración arábiga o la romana. El problema, segín parece, no ha hecho más que empezar.